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Podría llamarse también la ruta del bosque y de la tala,  porque al recorrerla se evidencia la riqueza de este pedazo del gran ecosistema del Chocó Andino con su bosque nublado lleno de vida pero también se observa la evidencia de su desaparición para dar paso a pastizales  y cultivos agrícolas como el palmito.

Tras una al santuario de vida de Mashpi Lodge habiendo visto a los tucanes, mariposas, cabezas de mate y monos que merodean por ahí, empieza la caminata al enfilar por un pequeño y lodoso sendero desde la parte trasera del mariposario con rumbo al recinto Mashpi. Aproximadamente 6 kilómetros de recorrido por un hermoso sendero que atraviesa el denso bosque se requiere para llegar al pequeño poblado en donde habitan alrededor de 70 familias.

Y en el trayecto, José Napa, quien vivía en lo que hoy es el mariposario de Mashpi Lodge, nos muestra las huellas de los senderos por donde las mulas se adentraban en el bosque para sacar los enormes troncos de madera del espacio que quedó convertido en potrero del vecino.  Nos habla de los tiempos en que las madereras rondaban por el sector y también nos revela otros secretos del bosque, como el de las hojas que han pintado sus extremos de rojo, para que así los colibríes polinizadores las distingan y puedan hacer su trabajo mejor.

Troncos gigantescos que nos acogen y protegen, fuentes de agua cristalina y pura, árboles que se elevan hasta superar el techo del bosque: es el Chocó andino ecuatoriano….. donde se guarda una biodiversidad asombrosa, y que forma parte de un corredor natural que inicia en Panamá, cruza por todo el occidente de Colombia, por el noroeste de Ecuador para terminar en el extremo norte de Perú. Y en sentido occidente a oriente, comprende desde, la Costa del Pacífico hasta la cordillera occidental, lo que significa que este corredor cruza por el litoral pacífico de cuatro países. En Ecuador atraviesa por las provincias de, Esmeraldas, Manabí, Carchi, Imbabura y Pichincha.

Defensor de los àrboles

José nos cuenta de los tiempos de las madereras,  cuando cada día se venían abajo tantos árboles y darle fin con una motosierra, esto no tomaba más de 15 minutos. En su vertiginosa caída cada árbol acarreaba con él tantas otras especies más pequeñas, con orquídeas, nidos, arbustos, y más vida. Dice que las madereras no tuvieron éxito económico porque ellas querían una sola variedad de árboles  y el bosque tenía demasiadas y muy dispersos.

Aquí los primeros pobladores vivían de la caza y de la pesca y para poder tomar posesión de las tierras legalmente, para probar que las habían trabajado tenían que talar el bosque y hacer agricultura. Así mismo pedían las autoridades, nos cuenta.

Cuando las compañías de explotación forestal llegaron a extraer en la zona, la flora y fauna empezó a desaparecer. Antes se veían muchos monos araña, pero ya no. Y los mejores árboles, el guayacán y el copal, todos fueron cortados a excepción de este lugar. Algunos terrenos se convirtieron en pastizales, otros en sembríos agrícolas.

Recorremos el bosque primario y aprendemos que también hay sectores que ya no son originales, sino bosque secundario. Estamos aproximadamente a 600 metros sobre el nivel del mar y el clima es lluvioso tropical, la mayor parte del tiempo está nublado y esa humedad es parte de la magia y del florecimiento de la vida. Las cámaras trampa que los científicos colocan en lugares estratégicos de la reserva dan cuenta de que por aquí viven y pasan una gran variedad de especies animales como felinos, serpientes, mariposas, tucanes, cabezas de mate, sahínos y una infinidad de insectos.

Tras una hora de caminata en descenso, salimos del bosque y aparece el hermoso y aún prístino río Mashpi. Imponente, con sus playas, recodos y sinuoso recorrido. Caminamos aproximadamente un kilómetro pasando por fincas agrícolas o de pisicultura. El paisaje es hermoso aunque apena que el bosque primario desapareció para dar paso a otras actividades.

Mashpi es un pequeño caserío asentado en el corazón de la reserva natural protegida del Distrito Metropolitano de Quito, conocida como Mashpi, Guaycuyacu y Sahuangal y que tiene una extensión de 17.000 hectáreas. Desde el hotel al Recinto Mashpi es más agradable caminar que el viaje en vehículo por un camino estrecho y de tierra.


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A pesar de que todos los empleados del hotel que viven allí tienen transporte vehicular, muchos prefieren caminar atravesando el bosque, y lo hacen en 40 minutos a lo sumo. En los últimos años los pobladores del Recinto también se han organizado para recibir visitantes de la ciudad que llegan para nadar en las pozas del río. Hablan de crear un vivero forestal en la comunidad para reforestar tierras taladas, hacer senderos por el bosque y ofrecer gastronomía local.  Saben bien que el turismo es una opción para obtener ingresos y que el bosque tiene mas valor a largo plazo en pie que talado. Así lo ratifica Carlos Angulo, dirigente de la comunidad.

Marcia Pastrana recuerda cuando era niña y el bosque era cerrado, tupido, fuente de cacería de sus mayores. La vida también giraba alrededor de la extracción de madera. No había conciencia de la importancia de lo que hoy luchan también por preservar pues el clima ha cambiado demasiado con el avance de la deforestación. Tampoco se pensaba que el turismo local podía ser una fuente de ingresos o de empleo. Hoy reciben a visitantes en su comunidad y muchos se han convertido en guías o colaboradores en otros tareas de la operación de Mashpi Lodge.

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La misión de quienes promovieron la Reserva Mashpi y su proyecto hotelero sostenible fue ante todo preservar el bosque y eso no solamente está sucediendo al interior de las 1300 hectáreas de la Reserva sino en las comunidades vecinas. Ese es el gran objetivo: beneficiar e involucrar a los pobladores de la zona en Mashpi y lograr que el ejemplo de este proyecto pueda replicarse a diversas escalas en las poblaciones vecinas.

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