Sapos, ranas, salamandras y cecilias componen a los anfibios; monstruos repulsivos, como antes se los consideraba, razón por la que la rama que las estudia –herpetología- tiene ese nombre; herpetos en griego significa precisamente eso: monstruo. Sin embargo, lejos de ser espantosas, estas criaturas son en realidad animales increíbles, con preciosos colores, a veces muy llamativos, de una delicadeza y gracias impresionante, con comportamientos y adaptaciones evolutivas muy sofisticadas. Son las criaturas que con sus cantos metálicos invaden los bosques durante las noches.
Los anfibios se caracterizan por tener la piel lisa y húmeda, cubierta de una especie de moco que los protege, evitando que se sequen y en algunos casos produciendo venenos y toxinas para matar hongos o protegerse de depredadores. Este especial afán que tienen por proteger su cutis no es de pura vanidad; gran parte de la energía de un anfibio va a cuidar su piel, ya que es por este órgano por el cual pueden respirar. También están directamente vinculados al medio donde viven, siendo termómetros vivientes donde su temperatura corporal está siempre igual a la del ambiente. Finalmente, son criaturas completamente diferentes en sus distintos estadios de vida. Nacen de huevos y son acuáticas, “Willis-willis”, y cuando va iniciar su vida adulta pasan por la metamorfosis haciéndose terrestres (y arbóreas).
Hay tres grupos de anfibios: anuros (los sapos y las ranas), caudados (la salamandras) y cecilias (las cecilias mismas-comúnmente confundidas por gusanos o culebras). En el Ecuador hay más de 460 especies de anfibios y de esos, 200 se encuentran en el Chocó, con un 60% de endemismo.
Los anfibios están en serios problemas de conservación por la acelerada destrucción de hábitat, el cambio climático y un hongo que cubre su piel hasta asfixiarlos. La gran extensión de bosque sin fragmentación del Mashpi es un hogar idóneo para los anfibios del Chocó, y una esperanza para su sobrevivencia.